Ética y Docencia/Ronald Gil

Capitalismo y Tercer Mundo por Fernando Savater

Lo cierto es que no se me ocurre otro modelo que el capitalista. Fundamentalmente porque es tan variado y flexible que probablemente lo que haya ahora en China sea capitalismo. En Alemania hay un tipo de capitalismo distinto que en los países latinos, y en Estados Unidos es tan distinto que consideran que la seguridad social y la protección sanitaria van en contra de los intereses de los ciudadanos.

Todos esos matices, todas esas variables caben en un sistema que sigue siendo capitalista. Mi modelo de capitalismo es uno que dice que el Estado sirve para mediar entre el ciudadano y los mercados. Ahora que Europa se hunde estamos viendo para qué sirve el Estado, es una barrera de protección contra el mercado, para no dejarte a solas frente a él.

Una sociedad funciona mejor cuando la mayoría de los ciudadanos tienen más razones para cumplir con las leyes que para incumplirlas. Las sociedades son pacíficas cuando los beneficios de cumplir la ley y de mantenerse dentro del orden institucional son evidentes. En cuanto el ciudadano detecta mayores ventajas si actúa fuera de las leyes, la sociedad empieza a desmoronarse.

El capitalismo que a mí me gusta, por decirlo así, es un capitalismo mediatizado por un Estado que garantiza protecciones sociales redistributivas. Yo creo que las grandes revoluciones que ha habido en la modernidad son la seguridad social, la educación pública, la igualdad ante la ley de hombres y de mujeres… éstas son las únicas revoluciones que yo conozco. Poner una guillotina en una plaza, cortarle la cabeza al zar… son cosas que salen en los libros de historia pero la verdad es que no tienen mucho efecto en la vida cotidiana. O mucho menos que poder acudir a la seguridad social esta mañana para que me miren la operación que me hicieron en la mano. Ésta es la revolución que cuenta y cuyos beneficios, que ahora están amenazados, yo quiero mantener.

Lo que se le debería inculcar al niño o al joven es que la riqueza es social. El motor del capitalismo es la capacidad emprendedora de las personas, pero si esas capacidades y los beneficios que le reportan funcionasen en el vacío nunca podría hacerse rico. De manera que toda riqueza comporta responsabilidades sociales, uno no puede decir el millón que he ganado es mío y me lo llevo a las islas Caimán. Y no puede porque lo ha conseguido gracias a que hay una sociedad dispuesta a apoyar sus iniciativas. Es verdad que la sociedad saca cosas positivas de las iniciativas de los emprendedores, pero es que no hay empresa ni negocio que pueda crecer al margen de los ciudadanos. Ésa es la base del pacto social por el que permitimos que una persona se haga rica, a cambio de asumir ciertas responsabilidades sociales sobre su riqueza. Esta dimensión pública de la riqueza modera el indudable impulso predador que tiene el capitalismo. Y es bueno recordárselo a los empresarios cuando hay bonanza, no dejar que se vayan con el dinero en un barco, porque cuando entramos en déficit, ellos son los primeros en pedir la ayuda de la sociedad.

Si quisiera mejorar el sistema político de España, ¿qué propondría?

Mejorar la educación; no creo en un cambio de sistema. Pienso que debemos esforzarnos por mejorar el ámbito de nuestra vida porque a todos nos conviene movernos en un ambiente alegre, que funcione bien. Para mí eso es política, la política es lo que hacen los ciudadanos de la polis, no es algo de lo que uno pueda dimitir. Como soy educador, siempre he querido mejorar la política desde la educación, y habrá otras personas, con conocimientos distintos, que podrán intentar mejorarla desde la sanidad o desde el derecho. Cada uno tiene sus capacidades, su campo de influencia y sus retos.

Pero ahora mismo, tal y como está nuestro sistema, por mucho que yo piense y haga cosas alternativas, no va a servir de nada… porque nos están mandando a todos desde la Unión Europea, y no van a permitir que se avance por otro camino.

La Unión Europea no es un ente único, allí trabaja gente que tiene ideas muy distintas. Es un organismo por el que los europeos lucharon muy duro, precisamente, porque creían que cuando se formalizase la Unión ya no habría sitio en Europa para nuevos Hitlers y Mussolinis.

Para los otros países el capitalismo es un Hitler más.

Eso lo dices tú. Pero hay gente que piensa lo contrario: que donde no hay un sistema capitalista lo que hay es un capitalismo de Estado disfrazado de comunismo que impone la pobreza a todos sus ciudadanos.

Durante mucho tiempo se dijo que era imposible que en Europa no hubiese guerras y dictadores. Era un continente con muchos intereses, fragmentado en tantísimas naciones, donde cada una tiraba por su lado y no era posible poner a nadie de acuerdo. Entonces nació la Unión Europea, después de una guerra terrible, en la que el continente casi se autodestruye, para demostrar que hemos escarmentado. Y desde que este organismo existe se terminaron los totalitarismos, y la guerra no ha asomado entre los Estados que la componen. Ha cumplido su objetivo, y ahora decimos que nos decepciona. Los seres humanos somos así, siempre queremos más libertades, más seguridad, queremos avanzar constantemente. La Unión Europea no es perfecta, pero es bueno que exista, es mejor una

Europa unida que con todas las naciones enfrentadas.

Lo que tenemos que hacer es participar para mejorarla. Los valores de la Unión Europea no son utópicos, sino ideales. La utopía es un sitio donde tú llegas y ya está todo arreglado y te puedes quedar a vivir. Es muy cómodo, pero tiene la desventaja de que no existe. El ideal, en cambio, se parece a la línea del horizonte, te vas acercando, y a medida que te acercas, él se aleja. Todos los ideales políticos son así: la libertad, la justicia, la ética… puedes encaminarte hacia ellos, pero no vas a alcanzarlos nunca.

Pero no son ideales, son principios.

Son ideales porque no sabes cuál es el principio, qué es la justicia, qué es la libertad… no disponemos de un principio ni de una definición clara.

De lo que tenemos que darnos cuenta es de que hay justicia, aunque no sea perfecta, aunque no sea exactamente como nos gustaría. No hay que esperar a vivir en una sociedad donde se haya erradicado la desigualdad y la injusticia para reconocer que una sociedad es justa e igualitaria. Los ideales siempre van a estar luchando contra sus opuestos, nunca se darán completamente puros. Sólo por el hecho de vivir en un país donde hay seguridad social ya eres ciudadano de un lugar privilegiado en términos de justicia social, no sólo en términos históricos, sino también geográficos.

Pero yo no puedo vivir tranquila en un país que tiene seguridad Social mientras que en África no tienen ni agua para vivir.

Pero la solución no es estropear nuestra seguridad social, sino intentar que la puedan organizar también en África. Que puedan luchar por  desarrollar un sistema democrático propio, una justicia limpia, un funcionariado sin corrupción.

Pero yo no puedo ayudar a otro continente cuando el mío también está mal.

Santo Tomás hablaba del ordo amoris, todos tenemos un orden de preferencia: primero atendemos a nuestro hijo si está enfermo, cuando el chico se ha recuperado nos preocupamos del hijo del vecino… Lo que no podemos hacer es atender a los hijos de todo el mundo a la vez. Lo propio es preocuparse lo máximo posible de las personas que están a nuestro alrededor, es así en todos los campos: educación, sanidad…

Pero sí que ayudamos a África, sólo que con intereses.

Ahí tienes otro signo de mejora: la ayuda humanitaria. Los ciudadanos comprometidos y los filántropos como Bill Gates. Puedes tener los recelos que quieras contra el Primer Mundo, pero esas personas están dando sin pedir nada a cambio, y ése es un fenómeno de generosidad y compromiso nuevo, no creas que ha existido en todas las épocas.

Igual hay un error de perspectiva, yo no digo que actualmente no existan problemas, los reconozco, y son reales. El asunto es que hablamos de las deficiencias del presente como si fueran mayores que nunca, o peores que en otros sitios. Y eso no es verdad. No se trata de cerrar los ojos ante los defectos, sino darse cuenta de que no hemos inventado nosotros el mal, que el mundo siempre arrastra mucha maldad y muchas imperfecciones. Es importante cobrar conciencia, incluso para no desanimarnos, y poder dar mejor la batalla por mejorarlo.

¿No cree que a veces el Primer Mundo interviene en África por motivos interesados?

La gente que entró a derrocar a Gadafi puede que no tuviera ningún espíritu altruista. Bueno, seguro, porque hasta el día anterior eran los mejores amigos de Gadafi. Pero eso no quita que su ayuda le viniera bien a la población.

Cuando terminó la segunda guerra mundial, en Europa todavía quedaban dictaduras militares de corte fascista. En España se creía que los Aliados para acabar con Franco y dar paso a la democracia. Es lo que habían hecho en el resto de Europa, hubiese sido lo lógico. Sin embargo, las potencias mundiales hicieron un pacto en Yalta por el que Stalin se quedó con los países del Este, mientras que los «Aliados» se quedaron con el resto, y decidieron no sacar a la fuerza a los dictadores de España y Portugal. ¿Fue una decisión buena o mala? Es verdad que a España, que salía de una guerra civil, sólo le hubiese faltado padecer una intervención extranjera. Claro que esos daños nos hubiesen ahorrado cuarenta años de terror y de primitivismo. No son cuestiones sencillas de resolver, son problemas morales delicados. Yo no sentía mucho cariño hacia Gadafi, pero las imágenes de gente despedazándolo por la calle tampoco me ayudan a estar esperanzado con el futuro.

Posiblemente, esta intervención conlleve mejoras humanas para Libia. Siempre se podrá decir que es una intervención hipócrita, que intentar humanizar mediante la guerra es un disparate, porque la guerra siempre es un horror. Bueno. Incluso en la guerra hay cosas que se admiten y cosas que no, como dice Macbeth: «Yo me atrevo a lo que se atreve un hombre». Si das un paso más allá te caes fuera de la humanidad, así que incluso en la guerra hay leyes que te dictan cómo comportarte, y no se puede negar que de intervenciones militares, todo lo hipócritas que quieras, han salido a veces cosas favorables, como las Naciones Unidas.

¿Qué nos da derecho a pedirles que mejoren su seguridad social?

Nosotros hicimos unas revoluciones para acabar con el privilegio y el dominio de unos pocos sobre el resto. Si no las hubiésemos hecho no tendríamos ningún derecho moral, pero las hicimos, y nos beneficiamos de ello. De acuerdo en que sólo podemos contribuir si ellos quieren. Pero ayudar a cruzar la calle al ciego cuando quiere que le ayuden está bien.

¿Y si en África y en el Tercer Mundo viven mejor que nosotros?

Yo recuerdo una época en que la gente iba a visitar Albania, que entonces era un régimen comunista, y al volver decían que allí vivían mucho mejor que nosotros. Según estos visitantes españoles los ciudadanos albaneses eran unos privilegiados que vivían libres de la dominación consumista, que no les importaba llevar zapatos de cartón ni que las tiendas de las ciudades estuviesen cerradas. Claro que en cuanto cayó el régimen comunista se vio que los albaneses no querían nada de eso, sino vivir una vida lo más parecida posible a la del resto de los europeos.

Aun así, yo creo que hay que respetar sus costumbres.

En los años veinte del siglo pasado se inventaron las sulfamidas, un elemento indispensable para terminar con las infecciones. Cuando los misioneros y los exploradores iban a África visitaban comunidades pequeñas donde no conocían las sulfamidas. Así que todas las mujeres morían de fiebres puerperales al segundo hijo. Aquella masacre tenía sus ventajas sociales, no creas, las muertes durante los partos mantenían el equilibro de la población, lo que les iba bien porque vivían en zonas restringidas, con muy poco espacio, que no hubiesen soportado un repentino crecimiento demográfico.

Así que se creó un dilema moral: porque si se introducían las sulfamidas, si las mujeres no se morían en el segundo parto, entonces, en lugar de dos hijos, tendrían ocho, con el consiguiente desbarajuste demográfico y social. Según cómo lo mirases, la llegada de la civilización suponía la decadencia y la destrucción de la vieja cultura. Había gente en Europa que pedía que no les dieran sulfamidas, se preguntaban qué derecho teníamos a deteriorar una cultura de siglos.

Es verdad que ayudar a los demás plantea ese tipo de dudas. Yo, como soy un ilustrado normalito, quiero que le den sulfamidas a la gente. Para mí lo importante es que se pueda elegir. Porque yo no creo que alguien pueda preferir morirse a los 25 años de una enfermedad que ya no acaba con nadie en el resto del mundo. Si después de todo te dicen: «Mire, yo voy a seguir viviendo en mi chocita», me parecerá estupendo, pero me parece muy mal que en un mundo donde ya se ha pisado otro planeta se obligue a la gente a vivir en dos kilómetros alrededor de su casa; que se condene a los niños a conformarse con eso porque no saben que existe todo lo demás. No, yo prefiero que se les explique cómo es el mundo que les rodea, que lo conozcan y que luego decidan.

No veo claro qué derecho tenemos a juzgar las costumbres de otros pueblos.

Todos los humanos compartimos la misma razón, así que podemos juzgar las costumbres de otros pueblos: la ablación del clítoris, que las niñas no puedan estudiar o escoger a sus maridos… Son costumbres que podemos entender, algunas incluso han existido en nuestros pueblos. Y si después de razonar sus motivos y sus efectos las seguimos considerando malas, ¿por qué no íbamos a decirlo?

Las costumbres no tienen por qué ser respetadas como si fueran vacas sagradas. No tenemos que aceptarlas sin más, ni en nuestras sociedades ni en la de los otros. Todas las culturas han tenido costumbres atroces, discriminatorias y violentas… que en su momento fueron aceptadísimas. Pero estaban mal, y el progreso moral viene de oponerse a lo que está mal, a no conformarse con lo que a uno le viene dado, ni a dejarse amedrentar por argumentos como: «es lo que siempre se ha hecho aquí» o «qué va usted a saber si viene de fuera». Otra cosa es que para erradicar esas costumbres tengamos que argumentar y persuadir. Tienes que exponerles las distintas opciones y dejarles elegir. No vas a llegar con un tanque y pegarles un cañonazo para que sean buenos y abandonen esas costumbres perniciosas.

Pero no basta con ayudarles de cualquier manera, hay que ayudarles con cosas que ellos necesiten de verdad.

Albert Camus escribe en uno de sus apuntes que él se encontraba cada día en París con un mendigo que vivía cerca de su casa. A veces hablaba con él y el mendigo le decía: «No es que la gente sea mala, no, es que no ven». A lo mejor es verdad, y la maldad está en que en una época en la que disponemos de medios insólitos para comunicarnos no vemos ni escuchamos bien al vecino. Es cierto que no se trata sólo de ver y oír, porque todos vemos en televisión una masacre y una hambruna, y después nos vamos a terminar la sopa; necesitamos algo que nos motive más, algo así como una escucha efectiva. Escuchar a la persona a la que vas a ayudar es lo más importante, pero verla ya es un paso.

Hay un refrán que dice que si te encuentras con uno que no sabe pescar, antes que regalarle un pez te agradecerá que le enseñes. Y yo estoy bastante de acuerdo. Es curioso que haya médicos sin fronteras, payasos sin fronteras… pero no haya maestros sin fronteras, ésta es quizá la ONG que nos falta. Por otro lado, también es verdad que siempre aprendemos cosas los unos de los otros, así que si escuchas al individuo al que le estás enseñando cómo se cura la gangrena seguro que puedes aprender algo de él, porque todos compartimos la misma racionalidad de fondo.

¿Cómo vamos a acabar con la dictadura de los otros países o reformar el capitalismo cuando a nosotros nos encanta tener un móvil nuevo cada mes?

Es una buena reflexión.

No se puede creer a nadie que empiece a criticar a la sociedad, al sistema político y a sus conciudadanos sin empezar por criticar su propio comportamiento. En el momento en que dices: «Estoy indignado con todos menos conmigo», es que eres un hipócrita. La objeción que les haces a los otros puede estar justificada, pero no será creíble si no empiezas por pedir que se reforme lo que te implica a ti, en lugar de lo que sólo te molesta.

Muchos de nosotros queremos el santo y la limosna, queremos tener el móvil y ropa a buen precio, sin que haya explotación. ¿Alguna vez nos hemos parado a pensar si es compatible? Antes de ponernos a despotricar, ¿hemos dedicado una hora a reflexionar sobre cómo podríamos solucionar la situación que tanto nos ofende? Porque estos abusos entre sociedades no son inevitables, no es algo contra lo que no podamos luchar. Hubo una época en que la esclavitud se daba por hecho, otra en la que se discutió su abolición como un tema candente, igual que hoy discutimos sobre el aborto o la manipulación genética. Había personas que argumentaban: « ¿Cómo vamos a terminar con la esclavitud, es que vamos a contribuir todos a levantar las pirámides?». Hoy nos parece una monstruosidad, pero en su momento la esclavitud se veía como algo natural e imprescindible, un mal necesario. Tuvieron que pasar muchos siglos para que se resquebrajase esa impresión. Muchas de las situaciones injustas que hoy nos parecen tan arraigadas que no es posible luchar contra ellas, quizá se podrían vencer si apareciesen personas decididas.

Lo que yo creo es que se puede llegar a un término medio, puedes tener móvil y no cambiarlo cada dos años. Puedes tener móvil y preocuparte por la situación de los demás.

Es verdad que el problema de los móviles es el abuso. No tenemos por qué prescindir de algo que nos aporta grandes cosas y no tiene por qué esclavizarnos. A menos que su uso se desborde y el aparato nos domine. Pero no creas que pasa sólo con el móvil, cuando se trata del deseo humano, el peligro latente siempre es salirse de madre.

Los dos aspectos de la vida que más peligro tienen de convertirse en fines por sí mismos y volverse contra nosotros están vinculados al deseo humano: el dinero y el sexo. Son cosas útiles, excelentes, llenas de posibilidades positivas, pero al ser objetivos de un deseo como el nuestro, que es por naturaleza insaciable, hay que ir con tiento. Quizá lo más difícil de esta época sea dominar el deseo y controlarlo, dada la enorme cantidad de reclamos que nos rodean; ésa sí sería una prueba definitiva de madurez, y probablemente nadie lo consiga nunca de manera definitiva.

Tampoco es un peligro específico de nuestro tiempo. Ha pasado siempre, desde que los fenicios inventaron el dinero, en los albores de la civilización griega; no se conoce una época en que no se haya abusado del dinero.

Ha dicho que mientras seamos humanos y mortales tendremos que preocuparnos por la ética. Pero si un día alcanzamos un mundo justo, ¿no desaparecerán muchas preocupaciones morales?

Eso será si alcanzamos una sociedad perfecta, pero es una meta que no me parece plausible. Incluso en esa sociedad perfecta, en la que todo estuviera bien organizado, en que no hubiese robos ni agresiones ni abusos… El compromiso moral de cada uno con los demás, el esfuerzo por ser generosos, por decir la verdad… seguirían siendo compromisos morales que dependen de la propia voluntad. Incluso viviendo en ese paraíso tendríamos que seguir viviendo con arreglo a la moral, con precaución, para evitar ser nosotros quienes introdujésemos elementos negativos, maldades, en ese tejido social.

La queja y la preocupación moral no son malas, es buena señal que existan. Como la perfección no es algo humano, como siempre habrá algo que mejorar, zonas de la sociedad entregadas al crimen o corruptas, es bueno que siga despierta la facultad de imaginar posibilidades nuevas y mejores de las que están en circulación. Nosotros vivimos una vida que probablemente a un hombre del siglo XIV le hubiera parecido el paraíso absoluto. Tenemos todo lo que él hubiese querido, y cosas con las que ni siquiera soñaba, y, sin embargo, si empezase a elogiar desmesuradamente nuestra sociedad y nuestro tiempo, seguro que no tardaríamos en replicarle: «No te creas, no es para tanto, va mal esto y lo de más allá y lo otro…».

Ésa es la cuestión. Aunque disfrutemos de cosas que en otros siglos no se atrevían ni a soñar, sabemos que podemos soñar todavía más y más, mantener vivas nuestras exigencias, y que cuando todos nuestros problemas presentes se hayan solucionado, las personas que estén vivas en ese momento seguirán soñando con nuevas mejoras.

Texto extraido del último capítulo del libro Ética de urgencia 2012 por Fernando Savater

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